Con todo, lograron volver a
sorprenderlo. Dentro de la planta, los enfermos, los residentes no llevaban los
pijamas tristes de siempre, sino ropas variopintas y pintura en las caras y las
manos y los pies. En la planta de psiquiatría se celebraba una fiesta de
disfraces absolutamente fascinante. De hecho, podría calificarse de demencial.
En una esquina, colocados en círculo, se encontraban Norman Bates, Misery, Brad
Pitt en 12 monos y varios locos sacados, no cabía duda, de Alguien voló sobre el nido del cuco. Locos
que se disfrazan de locos, pensó; más allá, un tipo enorme, como de dos metros,
llevaba un pañal y un babero como si fuera el bebé más grande del mundo entero,
chupete mediante, unos hombres con cuernos y manchas negras, como vacas, con
una camisa de fuerza, ¡vacas locas!, y dos viejitas en silla de ruedas tenían
las caras rayadas de negro, naranja y blanco como tigresas. También había un
tipo arrastrándose por el suelo con un cartón en espiral que no dejaba de
gritar que era un caracol, hecho que pocos parecían adivinar. Una mujer con el
pelo cano y recogido en un moño perfecto fumaba un cigarrillo con filtro
mientras cantaba "Moon River"; dos tipos no dejaban de propinarse
puñetazos entre sí, disfrazados de boxeadores con otro enfermo disfrazado de
árbitro payaso, es decir, un payaso con silbato y el uniforme de árbitro. Al
final del pasillo, ajena al resto del mundo, se atisbaba la silueta del viejo
con su bastón enrevesado y su túnica. Damián avanzó poco a poco en dirección a
él con el saco de tela a cuestas. Al menos, con tanto jaleo nadie parecía
recaer en su presencia. Eso le aportaba seguridad, de modo que alzó la cabeza
dispuesto a enfrentarse al viejo una vez más.