Pasaron varios días hasta que alguien reparó en que los sueños habían desaparecido.


lunes, 25 de enero de 2016

Sueño

Hay un hombre mayor con barba, pero todo está tan oscuro que no se le ve la cara. A  pesar de ello, se percibe la vejez en el conjunto. Tal vez por la posición de su cuerpo, algo inclinado, o por el aura que emana de autoridad en el espacio vacío que lo rodea. El vacío pertenece a una sala inmensa, aunque delante hay una puerta que alcanza cuatro metros de altura. La sala está oscura, como si las sombras se hubieran hecho con ella. El hombre avanza hasta salir por la puerta y mira directamente hacia aquí. El tiempo se congela, se nota en el aire que ha dejado de moverse y en las hojas que quedan suspendidas en el cielo.

El hombre extiende la mano, abre el puño y de éste cae, como una gota de agua, una línea que se convierte en un bastón de madera. Cuando toca el suelo, de la mano vuelve a nacer otro material: dos líneas de metal resbalan alrededor de la madera en espiral hasta unirse en la punta inferior. El bastón ya está formado. El dueño de éste da unos pasos alrededor, eleva el brazo del bastón y empieza a girarlo con los dedos sobre él como lo harían las aspas de un helicóptero. El tiempo vuelve a ser, las hojas caen al suelo y el viento sigue su camino. Varias sombras se adelantan tras el anciano, que ahora está encapuchado, pero no se enfocan lo suficiente. No obstante, cualquiera juraría que no son humanas. El bastón sigue girando y sobre él se forma un remolino. El hombre de debajo pasa a ser el ojo de un huracán que crece por momentos; varios haces de luz se unen al tornado de aire dándole mayor entidad. En cuestión de segundos, esas luces iniciales se transforman en chorros de luz azulada que llegan por todas partes. El remolino crece entre los edificios que lo protegen y se convierte en una criatura incontrolada que trata de absorber todas las tonalidades del cielo sobre él. Las nubes caen en la trampa, el humo de algunas chimeneas e incluso los pájaros más débiles acaban por unirse a la corriente de aire y energía.

El hombre no es ni tan siquiera la punta del alfiler de la columna giratoria y luminosa, y aunque sostiene el bastón con fuerza parece que el peso es demasiado, pues su espalda se dobla un poco hacia atrás. Las sombras que lo rodean parecen definirse algo más: patas, garras, alas… nada concreto. Cuando se da cuenta de que el remolino es demasiado para él y la capucha cae hacia atrás, lanza un alarido hacia el infinito. El aire, la luz, la energía, las nubes, los pájaros, todo cae dentro del bastón, que devora la columna como un desagüe hasta que la última corriente invisible desaparece. El hombre cae al suelo abatido. Entonces despiertas.

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